Lo conocí a finales de verano. En un primer momento –creedme hay que fijarse de las primeras impresiones- no me gustó. Me importaba poco que no tuviese un gran físico –hombres poco agraciados me han atraído y mucho-; lo que me tiraba para atrás era una soberbia que mal cubría un montón de inseguridades, y de esas ya voy yo bien servida.
En teoría Manuel era un buen partido: un magnífico trabajo, culto, educado, dispuesto a comprometerse en una relación… Aquí el problema, evidentemente, era yo que por más que lo intentaba no podía verlo como pareja. Es verdad que cuando lo conocí El Innombrable estaba en mi vida y la llenaba por completo. En aquellos momentos Manuel fue solo la cara de alguien que te presentan y que te presta una atención que no deseas.
La tierra da vueltas y la vida también. Un par de meses después, cuando yo agonizaba de amor en la más oscura soledad, apareció de nuevo aquel hombre tan adecuado aparentemente. ¿Sabéis algo? Lo que dicen los manuales sobre el hecho de que los hombres se vuelcan en las mujeres que no les hacen caso es verdad. Estoy convencidísima que, de haberme interesado Manuel, no habría iniciado la etapa de conquista destinada a lograr un trofeo: yo.
Mentiría si no admitiese que, y más en esos momentos de bajón, me halagaban sus atenciones. Cuando le pregunté por qué aquel interés en mí respondió: “He aprendido a distinguir lo bueno de lo mediocre”. Soy humana, estaba hundida… acepté comer con él.
Si os interesa al biología, la física, James Joyce, la filosofía… podéis consultar wikipedia o quedar con Manuel. El chico lo sabía todo de todo e incluso parecía romántico buscando mis ojos y soltando frases que el sentimiento que me provocaban era la infinita tristeza de la indiferencia y un sublime aburrimiento.
Después de aquel día decidí que lo mejor era no volver a verlo y rechacé varias de sus insinuaciones para salir. Yo puedo ser miope, pero mi corazón veía perfectamente que aquel hombre no era para mí.
Llegó la terrible y angustiosa Navidad. Si la del año anterior, con una pareja rompiéndose, había sido dura ésta era amarga, sazonada además por el recuerdo hiriente del Innombrable. Y en nochebuena llegaron los mensajes de Manuel. Yo me sentía como la fosforera del cuento, helada en la calle contemplando el calor de hogares ajenos. Las palabras de Manuel eran la llamita de los fósforos que caldeaban un momento. ¿Imaginé que podría ser? Sinceramente creo que no, pero traté de hacerlo. Y acepté una segunda cita.
Vino a esperarme al trabajo. Sonreía, traía flores e ilusión. Yo… caminaba a su lado, sonreía en el restaurante, agradecía sus atenciones, pero…
No hubo tercera cita. La anulé. Expuse con la mayor sinceridad mis argumentos que básicamente se reducían esto: estaba enamorada de otro (eso lo maticé intentando no ser cruel).
Por suerte Manuel pareció entenderlo y nos dijimos adiós. Durante un par de semanas no hubo comunicación entre nosotros, luego llegó un washap suyo. Decidme tonta, pero soy incapaz de cometer la descortesía de no responder. Y así estuvimos durante dos o tres días hasta que él volvió a proponer una cita. Mi “no” llegó sin titubeos, y lo aceptó con un “lo entiendo”. Para mí estaba zanjado, pero hoy, de madrugada, recibo los siguientes mensajes de washap:
1’56 horas. Ley de Baldridge: Si supieramos en lo que nos estamos metiendo, nunca nos meteriamos en nada.
2’03 horas. Máxima de Manly: La lógica es un método sistemático para llegar a la conclusión errónea con convicción.
Abrí los ojos. Leí y apagué la luz. No voy a responder. Yo, Eva, tengo mis propias leyes, máximas y convencimientos.
Eva R